... A veces siento que en este mundo redondo, esférico y circular no encuentro un lugar para mi. Es como si estuviera en una esquina sentado viendo pasar vidas, ideas y tiempos. Solo me queda recordar este lugar para cuando con el cotidiano girar del mundo tropiece; poder volver... -Bruno Aldama-

viernes, 4 de febrero de 2011

Una historia, todos tenemos una...

Existen muchos motivos para que cualquier persona se atreva a escribir, en cualquier parte del mundo, sin importar las clases sociales, credo ni estado civil. No importa la edad ni el grado académico, mucho menos el empleo que se tenga y definidamente, un cero a la izquierda es la experiencia que se tenga como escritor. Pretextos se pueden poner muchos, como los anteriores, pero convendría recordar a Oscar Wilde al decir No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo, lo anterior es aplicable a cada ser vivo que se jacte de tener sentimientos, ideas y recuerdos.

Todos tenemos una historia que contar, que para bien o para mal, es nuestra propia historia. El ama de casa que se encuentra encerrada en la rutina. El profesor que año tras año ve decenas de nuevos rostros y escucha docenas de historias diferentes. El dependiente de un comercio que intercala, entre venta y venta, una amena platica con el cliente. El usuario del trasporte urbano que diario sufre los desmanes del chofer. Las vivencias de todo aquel que apuesta su vida en la realización de un sueño. Cualquier habitante de la ciudad atormentado por un clima tan hostil como el de esta región. El hombre que perdió sus ilusiones ante un trabajo que nunca deseó y que por necesidad, por sobrevivir, acepta como sustituto de un anhelo quebrado. La mujer que nunca había experimentado tanta felicidad como fue el escuchar la primer palabra de su hijo. El individuo que imagina ser rico. El hombre de la tercera edad que tiene un cúmulo de anécdotas acumuladas a lo largo de los años. El joven que fuma y bebe, y entre el humo, la bebida, la droga y la música, entreteje historias que se pierden en el tiempo. O simplemente, todo lo pensamos e ideamos cuando estamos solos. ¿Qué acaso esas no son historias? ¿Los clásicos de la literatura no se basaron, en gran, gran parte en las vivencias personales de los autores? ¿En lo experimentado u observado? ¿En aquello que si bien, no habían vivido, si habían observado y sentido en carne propia? Situaciones que por obra de la empatía se quedan en el ser humano, ya sean experiencias positivas o negativas, pero pasan a ser nuestras historias.

Dado lo anterior, todos tenemos algo que contar, algo que compartir, más aún por que cada cabeza es un mundo y ningún ser humano es igual a otro. Si alguien no desea escribir, otra cosa es, será flojera, falta de tiempo, apatía, pero no es no tener nada que decir. Escribir por placer, por no sentirnos solos al compartir nuestros deseos, nuestros miedos, anhelos; por que tal vez de ahí salga la motivación para un enfermo, la risa de un abatido, la piedad del cruel, el sentir que alguien te comprende, que no eres el único que desea comunicarse. Tal como lo decía Charles Dickens, Cuando lo hayas encontrado, anótalo. Dentro de nosotros hay algo que contar, busquemos ahí, debajo de la piel, en nuestra mente y alma, algo tendremos que anotar en un hoja, algo que compartir…algo que decir…

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