... A veces siento que en este mundo redondo, esférico y circular no encuentro un lugar para mi. Es como si estuviera en una esquina sentado viendo pasar vidas, ideas y tiempos. Solo me queda recordar este lugar para cuando con el cotidiano girar del mundo tropiece; poder volver... -Bruno Aldama-

domingo, 13 de febrero de 2011

La experiencia de alguien ...

A los 17 años, Arthur Rimbaud, era ya considerado un portento de la poesía por sus contemporáneos. A los 20 años, José Agustín publicó su primera novela, La Tumba. Rubén Darío, considerado como el fundador del modernismo, escribió su primer libro, Azul, a los 21 años. Octavio Paz, el único premio Nóbel Mexicano, a los 23 años publica su primer libro. Otro premio Nóbel, pero en este caso mujer, Gabriela Mistral, a los 23 años publica por vez primera. Las poesías de Jorge Luís Borges tuvieron su primera aparición ante la sociedad cuando él contaba con 24 años. ¿A que van todos estos datos? Un poco de paciencia pues se trata de desentrañar unos de los más típicos pretextos antes de escribir una obra literaria.

Khalil Gribran, autor del Profeta y el Vagabundo, fue publicado a los 26 años. A la misma edad, Mario Benedetti, escribe su primera novela. El Extranjero, de Albert Camus, fue publicado por cuando éste tenía 29 años. Oscar Wilde, a los 34 años, escribió El príncipe Feliz. Milan Kundera fue publicado por vez primera a los 36 años. Hamlet, la obra maestra de William Shakespeare dio a luz cuando su autor contaba con 37 años. Continuando con el teatro, Henrik Ibsen, uno de los dramaturgos más influyentes en el siglo XX, escribe su primera obra a los 38 años. Horacio Quiroga, uno de los más grandes cuentistas, contando con 39 años, da a conocer sus célebres Cuentos de Amor, Locura y Muerte. No desesperéis con la información, que si prestan atención, verán que todo lo anterior tiene un elemento en común. La experiencia.

Uno de lo mayores orgullos de Charles Bukowski era el haber escrito su primer poema a la edad de 35 años. Contando con 40 años, Isabel Allende escribió La Casa de los Espíritus. Julio Verne, profeta de la ciencia ficción moderna, a los 41 años escribió su primera novela. A los 42 años de edad, Alejandro Dumas crea a Los Tres Mosqueteros. Con la misma edad, Edgar Allan Poe escribe El Cuervo y a los 42 publica El Escarabajo de Oro. Henry Miller después de haber vagado por Paris, y a la edad de 43 años, transcribe parte de sus vivencias en su novela, Trópico de Cáncer. Dostoievski, a los 45 escribió Crimen y Castigo. El Lobo Estepario, obra cumbre de Herman Hesse, nace cuando éste contaba con la edad de 50 años El premio Nóbel de Literatura, José Saramago publico su primera novela a los 60 años

Ahora sí, ¿cuál es el punto de referencia ahí? Que la experiencia no tiene edad. La experiencia es cuestión de intuir la vida, decía Oscar Wilde y a su vez Aldous Huxley comentaba que La experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede. Siendo breves y directos, para escribir el no tener experiencia no vale como pretexto, no es un motivo valido para no hacerlo. Para ello basta ver los datos anteriores, escritores desde los 17 años, es decir, adolescencia, pasando por gente que comenzó a escribir a los 20, 30 y 40 años, hasta llegar a gente de la tercer edad. Jóvenes, adultos, hombres, mujeres, todos por igual, escribieron y ya. Claro que lo primero que se escriba, tal vez no sea una obra maestra de la literatura, pero ¿por qué no pensarlo así? No hay ninguna regla escrita en esto.

La experiencia en si no es nada, es lo que aprendemos pues la experiencia no es teórica, es práctica. En literatura sería equivalente a tomar un pluma, lápiz, una PC, una máquina de escribir o lo que sirva para el fin; escribir, escribir y escribir de nuevo de nuestra propia experiencia; por que para bien o para mal, de lo único que podemos hablar es de nuestra propia vida. De lo que hemos vivido, vivimos o planeamos vivir. De lo que vivimos solos o acompañados, de las malas rachas y las temporadas bellas de nuestra existencia. De lagrimas y risas, que tal vez sean cruda realidad o neta fantasía, pero es nuestra.

Cualquiera de los escritores antes mencionados, contaron su vida y nada más, algunos ficción (pero sucedió en su mente), algunos cuestiones que no les sucedieron directamente, pero que si afectaron su vida, situaciones que vieron a través de sus ojos y sintieron por medio de su corazón, algunos narraron anécdotas al mero ras del suelo, otros plasmaron sus ideales, otros sus temores… Algo es seguro, la edad, entendida como el tiempo que llevamos viviendo, nunca les dio experiencia, pues esa solo uno decide si la toma o deja, la aprovecha o desecha, la comparte o encierra…ustedes, y nadie más que ustedes, deciden si compartirán su experiencia utilizando a la literatura como medio de expresión, pues esa experiencia no es de alguien, es la tuya.

viernes, 4 de febrero de 2011

Una historia, todos tenemos una...

Existen muchos motivos para que cualquier persona se atreva a escribir, en cualquier parte del mundo, sin importar las clases sociales, credo ni estado civil. No importa la edad ni el grado académico, mucho menos el empleo que se tenga y definidamente, un cero a la izquierda es la experiencia que se tenga como escritor. Pretextos se pueden poner muchos, como los anteriores, pero convendría recordar a Oscar Wilde al decir No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo, lo anterior es aplicable a cada ser vivo que se jacte de tener sentimientos, ideas y recuerdos.

Todos tenemos una historia que contar, que para bien o para mal, es nuestra propia historia. El ama de casa que se encuentra encerrada en la rutina. El profesor que año tras año ve decenas de nuevos rostros y escucha docenas de historias diferentes. El dependiente de un comercio que intercala, entre venta y venta, una amena platica con el cliente. El usuario del trasporte urbano que diario sufre los desmanes del chofer. Las vivencias de todo aquel que apuesta su vida en la realización de un sueño. Cualquier habitante de la ciudad atormentado por un clima tan hostil como el de esta región. El hombre que perdió sus ilusiones ante un trabajo que nunca deseó y que por necesidad, por sobrevivir, acepta como sustituto de un anhelo quebrado. La mujer que nunca había experimentado tanta felicidad como fue el escuchar la primer palabra de su hijo. El individuo que imagina ser rico. El hombre de la tercera edad que tiene un cúmulo de anécdotas acumuladas a lo largo de los años. El joven que fuma y bebe, y entre el humo, la bebida, la droga y la música, entreteje historias que se pierden en el tiempo. O simplemente, todo lo pensamos e ideamos cuando estamos solos. ¿Qué acaso esas no son historias? ¿Los clásicos de la literatura no se basaron, en gran, gran parte en las vivencias personales de los autores? ¿En lo experimentado u observado? ¿En aquello que si bien, no habían vivido, si habían observado y sentido en carne propia? Situaciones que por obra de la empatía se quedan en el ser humano, ya sean experiencias positivas o negativas, pero pasan a ser nuestras historias.

Dado lo anterior, todos tenemos algo que contar, algo que compartir, más aún por que cada cabeza es un mundo y ningún ser humano es igual a otro. Si alguien no desea escribir, otra cosa es, será flojera, falta de tiempo, apatía, pero no es no tener nada que decir. Escribir por placer, por no sentirnos solos al compartir nuestros deseos, nuestros miedos, anhelos; por que tal vez de ahí salga la motivación para un enfermo, la risa de un abatido, la piedad del cruel, el sentir que alguien te comprende, que no eres el único que desea comunicarse. Tal como lo decía Charles Dickens, Cuando lo hayas encontrado, anótalo. Dentro de nosotros hay algo que contar, busquemos ahí, debajo de la piel, en nuestra mente y alma, algo tendremos que anotar en un hoja, algo que compartir…algo que decir…